9.05.2005

Lucho en la Lucha

Desde los lejanos años 70, Lucho Albornoz junto a los hermanos Vicente y Antonio Larrea crearon la gráfica emblemática colorida de los discos para el sello Dicap, afiches callejeros y tantas otras piezas gráficas que se han transformado en definitoria de toda una época. Después de cerca de treinta años de haber trabajado con Larrea, Lucho Albornoz da un giro vital en su vida encauzándose como diseñador gráfico independiente. Se le puede contactar en el mail: hvdesign@vtr.net

9.02.2005

El Conductor Millonario

Un inversor de éxito vive su amor a los trenes en una línea de Nueva Jersey. Hay aficionados a los trenes y aficionados a los trenes, y luego está Walter O'Rourke. Una tarde, en la estación de Pennsilvania, O'Rourke, un revisor del Nueva Jersey Transit, abrió las puertas de su tren y una riada de codos y maletines, mochilas y periódicos entró apresuradamente. Con su gorra de gendarme ladeada y las gafas resbalándole de la nariz, O'Rourke sonrió y dijo: "No hay ningún otro sitio en el que me guste más estar". No estaba bromeando. De hecho, hay muchos otros sitios donde O'Rourke, de 65 años, podría haber estado. Podría haber estado en su cabaña de madera de Towsend, Delaware, que se alza en medio de 57 hectáreas. Podría haber estado en una de sus dos casas de Florida. O podría haber estado dirigiendo su propia línea de ferrocarril, la que tiene en Virginia occidental. Pero aquí estaba, un millonario de los negocios, de las inversiones en seguros y bienes inmuebles, picando billetes en un tren de cercanías. "No necesito el dinero", explica, "necesito el empleo". Walter Joe O'Rourke, que nunca contrajo matrimonio, está casado con las vías. A pesar de haber ganado más de un millón y medio de euros el año pasado con sus inversiones, va traqueteando como revisor de tren, para recibir un salario base de 40.000 euros al año. "Una bagatela", dice O'Rourke. "Pero me permite hacer lo que más me gusta". Nacido el 14 de diciembre de 1939 en Forth Worth, O'Rourke proviene de una familia de ferroviarios. Siendo estudiante en Miami, donde se crió, se ofreció voluntario para trabajar en el Museo del Ferrocarril Gold Coast de la ciudad universitaria, empleando horas en ayudar a restaurar el equipamiento y haciendo de cobrador en los trenes que recorrían un corto tramo de vía. Después de tres años en el ejército, O'Rourke se matriculó en Derecho en la Universidad Little Rock. "Sabía que lo que yo quería era emprender mi propio negocio", afirmaba, "así que solamente me apunté a las asignaturas que me parecía que podrían servirme para gestionar los contratos y temas relacionados". Dos años más tarde, aquella estrategia rindió sus frutos. O'Rourke, que entonces tenía 30 años y trabajaba para el Estado de Arkansas, invirtió 80.000 dólares en la compra de H&W Railway Contractors, una pequeña empresa que reparaba vías de tren en Arkansas y Tejas. En 1971 llegó el tren de O'Rourke. Una empresa más grande le compró el negocio por un millón de dólares de los de entonces. Empezó a invertir en bienes inmuebles. En el año 1978, cuando O'Rourke vivía cómodamente de sus inversiones, se fijó en un anuncio de un periódico: la Compañía Petrolífera Árabe Americana buscaba un asesor para los ferrocarriles saudíes. Ante la oportunidad de reavivar su primer amor, con 110.000 dólares al año, O'Rourke pronto hizo las maletas. Durante 10 años supervisó una línea de mercancías que transportaba petróleo desde el puerto de Damman, en el golfo Pérsico, hasta Riad. En 1988 volvió a Delaware y a su cabaña de troncos. Durante 10 años mantuvo un empleo de bajo sueldo como revisor de la línea de ferrocarril entre Maryland y Delaware. En 1997, O'Rourke hizo realidad su gran sueño. Se convirtió en el principal accionista de Durbin & Greenbrier Valley Railroad. O'Rourke ingresó en Nueva Jersey Transit como revisor en 1999, un empleo del que se jubilará este mes. "Siempre quise trabajar en una línea real, profesional", explicó. "Me doy cuenta de que algunas personas, especialmente algunos de mis compañeros de trabajo, pueden considerarme un perro verde", señala O'Rourke, echando unas gotas de aceite a su nueva locomotora. "¿Pero quién ha dicho que un hombre no pueda amar lo que hace para ganarse la vida?".

8.25.2005

la castana

ALGUNAS NOTAS (autocomplacientes y hasta nostálgicas) SOBRE LA CASTAÑA
1. Nace en el mundo del trabajo. La Castaña se publica al inicio de los ’80, en un momento en que un sector de los “escritores jóvenes” se vincula más con la publicidad (trabajando, generalmente, como redactores creativos) que con la universidad intervenida. En ese ámbito laboral se produce el encuentro de escritores (principalmente poetas) y gráficos (diseñadores, dibujantes). Esta complicidad (de los currículos ocultos –vocacionales y políticos- de quienes trabajábamos en publicidad) era propicia para la incorporación de la irreverencia, el humor, el cómic; y la búsqueda de soluciones no-literarias ni académicas ni clandestinas para construir una “revista de poesía” (autogestionada, independiente, antidictatorial, progresista, de bajo costo, sostenida con trabajo voluntario, sin fines de lucro, de factura profesional). Obviamente, al revisar sus ocho números resulta ser más que una revista de poesía y no sólo –como se definía- “de humor, gráfica y poesía”.
2. Ilegal, pero no clandestina. Entre las publicaciones de oposición (desde las clandestinas “más peligrosas” hasta las legales-permitidas) La Castaña era “ilegal, pero permitida”; es decir, solicitamos autorización para circular; la dictadura nunca la dio, pero la publicamos igual, con nuestros nombres y dirección; y se distribuía por mano e incluso se vendió en algunas librerías. Siempre quisimos superar cierta “dureza” estética y retórica del subterráneo; una superación en calidad gráfica y literaria, respecto de las otras publicaciones ilegales. Sin ser especialmente costosa y nunca lujosa, recurriendo a materiales precarios como el papel de envolver, quisimos probar que una revista “popular” o “pobre” no tenía por qué ser “fea”, descuidada, mal escrita. Sin ser insensibles al dolor ni políticamente desinformados, preferimos el humor y la ironía al tono grave y panfletario. De hecho nos vimos prefiriendo la semilegalidad a la clandestinidad, la reivindicación de las autorías al nombre de batalla.
3. La belleza bajo las púas. La castaña, desde su nombre quiso ser una metáfora, que se explicó en su Nº0: “fruto nutritivo y sabroso que está envuelto por una cáscara correosa, llena de púas”. En un momento caracterizado como de “apagón cultural” nuestro sello se llamaba “Ediciones Tragaluz”. Al rescatar la escondida belleza del papel de envolver -de tono castaño- buscábamos acercarnos al propósito ético y político de “convertir la miseria en dignidad”. Todo significaba.
4. Resquicios legales. Actuando en la superficie, como en una lectura pública de poemas, nuestro mensaje irónico era muchas veces una “indirecta”. Así, “reciclábamos” textos para que tuvieran una lectura contingente. Por ejemplo, uno que criticaba la dictadura de Ibáñez -“El delito del rumor”, de Jenaro Prieto- o el discurso de Sacco y Vanzetti, o textos de Kafka, Michaux, de cronistas, etc.). O, sin comentarios, proponíamos textos que resultaban irónicos como éste de Dalí: “Lo peor para la humanidad es la libertad… la prisión es lo mejor… la libertad es un principio funesto”. Queríamos potenciar texto y contexto. A esos textos, le sumábamos siempre alguno de connotación ecologista y/o de rescate de pueblos originarios.
5. Política de inclusión. En la selección de textos y de colaboradores gráficos no había –diría- una opción estética explicitada. La invitación era abierta (y no se pagaban las colaboraciones). Era inclusiva, privilegiando a quienes no tenían tribuna en Chile… o tenían poca. Por ello, siempre y en todos los números hubo escritores exiliados (Uribe y Bolaño, por ejemplo, cuando eran prácticamente desconocidos en Chile); siempre hubo algún(a) inédito(a) (Pedro Mardones, cuando no firmaba Lemebel). También de diversas generaciones (Gonzalo Rojas, Teillier, Hahn, Hernán Castellano, Millán, Ana María del Río, Rodrigo Lira, Teresa Calderón, Verónica Zondeck, Mauricio Electorat, Andrés Morales, etc.). Buscábamos mostrar también la otra faceta de los autores (escritores dibujando; Lihn, por ejemplo; cantantes, pintores y dibujantes escribiendo; Isabel Parra y Payo Grondona; Roberto Matta; José Palomo y Rufino, por ejemplo). Habitualmente publicábamos alguna muestra (“poetas chilenos jóvenes en Europa”, por ejemplo). Obviamente funcionó como un medio de expresión propio y nos publicamos nosotros mismos. Estábamos fuera de otros circuitos. Nos alejábamos del panfleto y de cierto snobismo. Los títulos que publicamos en las Ediciones Tragaluz denotan las zonas de expresión con las cuales estábamos conectados: Palabra de mujer (Heddy Navarro) Exilios (JM y Bruno Serrano), Contradiccionario (Eduardo Llanos), Señales de Humo (Sergio González). Por último, diría que no teníamos un discurso crítico explicitado, salvo la “revisión de la crítica” en el Chile de entonces que hace Eduardo Llanos: A propósito de Anteparaíso. 6. Calabaza, calabaza. En estos días –ya del 2005- creo que esta mezcla de poesía, gráfica, humor y crítica social, también está en la revista “Calabaza del diablo”, con su suplemento satírico “La momia roja”. Fue –creo que ya dejó de publicarse- una iniciativa que podría situarse en el carril de La Castaña. Puede haber otras, pero las condiciones han cambiado demasiado como para hacer comparaciones. No era el colmo de original, pero nos gustó hacerla. Eso es todo.
Fraternalmente, Jorge Montealegre y Hernán Venegas, el otro editor, quien tendría mucho que decir sobre la gráfica.