6.16.2006

EN EL TREN: TEMA RECURRENTE

El tren abandona puntualmente el hangar de la estación y antes de llegar a campo abierto deja atrás paredones chamuscados, depósitos, fábricas, bardas podridas de jardincitos traseros con latas de geranios.

El viajero contempla por la ventanilla matorrales y arboledas, carrizales, pardos rastrojos y las primeras colinas verdes donde se ondula el trigo o la alfalfa. Ahora una llanura tapizada de flores moradas y amarillas se diluye a lo lejos en el humo de unos montes azules y el zumbido agradable del tren se funde muy bien con el silencio del vagón.

El sosiego del paisaje sume al viajero en un placer de dulces sensaciones olvidadas, pero en ese momento en el vagón suena el primer teléfono móvil con una musiquilla de pasodoble y la voz algo cascada de una señora entrada en años se apodera de todo el espacio. Primero pregunta cómo sigue la urea de su prima, que en los últimos análisis le había salido muy alta, y a continuación comienza a relatar con todo pormenor la operación de vesícula a la que acaba de ser sometida. El viajero se entera del nombre del cirujano, de lo borde (¿rica o penca?) que era una de las enfermeras, de algunos puntos de la cicatriz que todavía le supuran.
El tren ha alcanzado ya la velocidad de 250 kilómetros por hora y se va tragando terraplenes con amapolas, valles húmedos donde pace el ganado y riachuelos que espejean entre hileras de hayas plateadas. En el vagón se establece un breve interludio de paz y el paisaje acapara de nuevo la mente del viajero hasta más allá de los prados. Suena otro móvil. Un señor muy cabreado le chilla a su socio que el cheque de Milán no tiene fondos y que a este paso la empresa se va a declarar en suspensión de pagos. A estos gritos se superpone otra llamada: una madre le dice a su hija que vaya a la cómoda y que abra el tercer cajón, ¿ya?, que allí encontrará su jersey, el rojo no, el azul, ¿ya? y las braguitas.
El tren es de alta tecnología, pero el aire del vagón y limpieza de la velocidad se hallan contaminadas por un parloteo anodino o grasiento, siempre insoportable. A través de la ventanilla insonorizada el paisaje despliega la suavidad de un silencio muy puro. El viajero ahora contempla un lago apacible al pie de unos montes con los picostodavía nevados y también unos huertos llenos de frutos, mientras en elasiento de allado alguien cuenta que acaba de expulsar una piedra del riñón del tamaño de un garbanzo y que la operación de hernia discal la dejará para más adelante. Lejos se ven nubes de lluvia sobre barbechos y campos cosechados.
MANUEL VICENT/EL PAÍS, ESPAÑA/28 mayo 2006